23 sept 2008

Una carrera contra el tiempo... Recuerdo del escritor que sabía que moriría joven

Rafael Chaparro. Fotografía: La Prensa.

Nadie puede afirmar que Pink Tomate fuese su encarnación literaria, pero como el prodigio de la literatura permite que el lector especule y arme el rostro y la sicología de sus personajes de papel, a muchos nos ha dado por pensar en un gato con gafas redondas, que quería acabar con la existencia de todos los cigarrillos Pielroja, todos los chicles, todas las botas de gamuza, todas las nubes y todos los aromas. (…) Los no lectores, los facilistas, los lenguaraces, los críticos de borrachera, jamás entenderán que esta novela, más que para leer, se escribió para fumar.

Ignacio Ramírez.

“Nefelibata y Opio”.

Lecturas Dominicales, El Tiempo. Abril 11 de 1999.

El humo de los Pielroja que le salía por la boca era una extensión de sus palabras y les daba el acento y la fuerza necesarios para ser muy claro en todo lo que me contestó esa tarde. Varias cosas más advertí durante la entrevista que le hice a Rafael Chaparro Madiedo. Una de ellas: que él sabía perfectamente de la inminencia de su muerte. Otra: que era un tipo muy talentoso y con un amplio bagaje de lecturas. Y también que su timidez podría compararse con lo medrosos que son los gatos. Después de ese día no lo volví a ver jamás.

Ignacio Ramírez[1] entrevista a Chaparro

En octubre de 1992, cuando los jurados del Premio Nacional de Literatura de Colcultura dieron como ganadora la novela Opio en las nubes, de Chaparro, lo llamé y concerté una cita para entrevistarlo. Después de ese encuentro le dije que quería leerme la obra antes de hacer un perfil y él me prestó su manuscrito, cosa que muy pocos podemos contar.

Cuando llegué a su oficina en el diario La Prensa me presenté y de inmediato encendí mi grabadora. Luego me di cuenta de que todos los casetes que usé quedaron en blanco porque conecté el micrófono por el orificio de los audífonos. Entonces tuve que escribir el perfil de memoria para el periódico El Tiempo, donde tenía una columna que se llamaba “Literalúdica”[2] especializada en escritores colombianos.

En el inicio de la entrevista fue muy difícil sacarle a Chaparro más de dos o tres palabras. Mi primera impresión fue que me encontraba ante un tipo muy tímido, que no hablaba más de lo necesario y que desconfiaba de mi presencia. Él era como uno de los personajes de su novela, como el medroso Pink Tomate. En todo caso, y por fortuna para mí, cada pregunta que le hacía actuaba como una especie de paliativo para combatir esa timidez abismal. Al final terminamos hablando de manera amena de muchas cosas, sobre todo de literatura, un campo en el que descubrí a un Rafael Chaparro muy joven y talentoso, que sentía una profunda admiración por los versos malditos de Baudelaire y Rimbaud y también conocía muy bien la obra de René Chart, Pavese y Céline. Había diversificado mucho sus lecturas para ser tan joven. Para entonces debía tener veintiocho años.

Una persona puede tener mucho talento, pero si no ha aprendido a leer y a escribir con disciplina, comete errores. Él ya tenía un oficio de escritor y me di cuenta de eso. Ya había leído mucho y también escrito mucho. De otra forma no hubiera podido concebir Opio en las nubes. Esa es la única manera en la que se consolida un escritor. En literatura no existe casi la precocidad, hay un poeta que es Rimbaud que a los dieciséis escribió Una temporada en el Infierno; o un novelista como Vargas Llosa que a los veinte años ya estaba escribiendo La ciudad y los perros. Eso fue lo que vi, que el tipo tenía ya formada una trastienda de conocimientos de buenos autores como Joyce, quien es evidente en Opio en las nubes por la experimentación con el lenguaje y un poco por el delirio. Chaparro escribió una locura y por su talento y sus influencias le salió algo con ritmo y coherencia. Yo no tengo la menor duda de que era muy talentoso.

La descripción

Recuerdo su aspecto: era un muchacho de gafas y mirada introvertida, pero al tiempo observadora, como si estuviera pendiente de todo detalle. Sus ojos eran oscuros, su pelo también. Usaba jeans desteñidos, camiseta de algodón por fuera y botas de gamuza con suela de goma, de esas que estuvieron muy a la moda entre los que somos de la generación de los sesenta. Me dijo que siempre las usaba como señal de su identidad. Parecía, en resumen, el típico estudiante universitario de la época, pero de los del tipo automarginado, en contravía con todo y sin intención de llamar la atención. Si uno no lo supiera, no podría adivinar que ese muchacho fuera uno de los libretistas del programa de televisión Zoociedad.

Chaparro era un hombre de excesiva timidez, hablaba muy bajito y estuvo evidentemente nervioso durante la entrevista. Entre tanta timidez y humo de cigarrillo se le notaba que estaba algo más que feliz por haberse ganado el premio de novela. También fumaba mucho. Recuerdo que durante nuestra charla se fumó por lo menos un paquete de Pielroja y en algunos momentos prendió, casi con angustia, el cigarrillo siguiente con la colilla todavía encendida del anterior. En algunos otros le daba vergüenza verse tan compulsivo y apagaba el cigarrillo con rabia y fuerza en el cenicero y sacaba un fósforo para encender otro. Así se la pasó toda la tarde. Hoy pienso que esa forma compulsiva de fumar se debía a la certeza de que pronto iba a morir. Ya incluso sabía que su muerte se llamaba lupus, una enfermedad bastante rara.

La certeza de la muerte y sus influjos literarios

Nadie ha comprendido que el tabaco es el mejor amigo del escritor en esas noches solitarias cuando uno está frente al computador y la pantalla está en blanco. El tabaco es una especie de mar extraño por donde navegan las ideas. Unas se van con el humo. Otras se quedan. Se escriben.

Rafael Chaparro Madiedo.

“Un poco triste, pero más feliz que los demás”.

La Prensa. Enero 22 de 1995.

Él me habló de su enfermedad y, por lo que dijo, y por lo que uno encuentra en su novela, era muy consciente de que ya lo estaba rondando la muerte, de que no había escapatoria. Se aferraba angustiosamente al cigarrillo de turno, como si éste le diera paz y le devolviera un poco de vida. Según él, lamentablemente estaba en una carrera contra el tiempo, y la novela, precisamente, mostraba buena parte de esa vertiginosidad impuesta por la circunstancia misteriosa por la cual iba a morir joven y no podría escribir más. Opio en las nubes revela esa condición, es una desaforada carrera para contarlo todo. Es decir, la noche se va a acabar y lo que realmente vale la pena es la noche, entonces hay que salir corriendo antes de que termine, hay que escribir un libro antes de que termine.

Yo creo que él pretendía que Opio en las nubes fuera como una especie de testamento literario. El libro es toda la zaga entre la vida y la muerte, en la noche, con la presencia palpitante de Bogotá. También están las grandes ciudades como Nueva York de noche. Y es que hasta ese momento la ciudad, dentro de nuestra literatura, no había sido contada de esa manera. Sobre la noche se ha escrito desde los inicios de la literatura, pero así con tanto afán, con tanta carrera y delirio, con tanta certeza de que eso va a terminar, nadie lo había hecho.

Lo que vino después

Finalizada la entrevista, por la noche leí la novela y me gustó muchísimo. Desde el momento en que leí la primera línea fui atrapado por su novedoso estilo. Luego devoré cada página sin pausas hasta la madrugada. Para siempre quedé con la sensación de que Opio en las nubes fue escrita con tinta de humo de cigarrillo, más apta para los lectores fumadores, y con el sonido y la presencia permanentes de una ambulancia.

En la mañana me fui feliz a compartirla con un grupo de escritores de otras generaciones y esta gente le hizo el feo. Ninguno la aprobó y la compararon con Que viva la música, de Andrés Caicedo. Y aunque sin duda hay una cadena de novelas musicales en la historia de la literatura colombiana, dentro de esas la de Caicedo, al lado de novelas como la de Magil[3] (Conciertos del desconcierto), la de Rafael Chaparro no se centra en lo musical sino en la ciudad. Estos escritores le hicieron el feo a Opio en las nubes porque era de un muchacho. Eso es cierto, porque cuando la novela llegó a manos de los jóvenes pasó todo lo contrario: sintieron que ahí había otra cosa, se identificaron con ella y se dieron cuenta de que estaba inaugurando una enorme cantidad de ámbitos no tratados en la literatura nacional.

Su lenguaje es muy vertiginoso, bien utilizado, inteligente, que absorbe, que deja que uno participe en él, que hace que uno no suelte la novela y por eso me dio tanta tristeza y sentí tanto vacío cuando los escritores, ufanos de ser muy importantes, rechazaron la obra sin argumentos objetivos. Pienso que sin que sea una obra maestra, Opio en las nubes partió en dos una buena parte de nuestra literatura.

Luego surgió una serie de gente muy brillante, joven por supuesto, que asumió que no había que comerle carreta a los críticos que desbarataban la novela y que hoy en día la miran todavía por encima de los hombros, porque no la han leído o porque no saben leer ese tipo de cosas. Entonces, empiezan a publicarse en diversos medios todo tipo de textos y ensayos sobre Opio, en los que personas como Luz Mary Giraldo, Álvaro Pineda Botero, Mario Jursich Durán, María Alejandra Jaramillo y otros, argumentaron virtudes de la novela. El hecho de que Fabio Rubiano la haya montado al teatro y que creara una afortunada versión, es muy diciente. Porque Fabio es un buen director de teatro y porque, para mí, Opio en las nubes es lo mejor que ha montado dentro de su experimentación. Otro grupo bogotano, Jóvenes Libres, también la montó y la llevó a Chile con éxito. Este tipo de cosas le da validez al fallo de los jurados y ayuda a ratificar la importancia de la novela.

Entre líneas

Era la época de Pablo Escobar y de otros narcotraficantes duros que movían mucho dinero y hacían estallar bombas, como la del centro comercial de la 93. Época tan crítica como han sido todas y que estuvo marcada por un enorme desconcierto. Los capos con su dinero inundaban todas las esferas. Recuerdo que sucedió un fenómeno muy grave con las artes plásticas, pues alguien les dijo a estos señores que tener obras de arte era un buen negocio, una magnífica inversión. Escobar, por ejemplo, llegó a tener hasta un Picasso. Eso encareció hasta el más insignificante cuadrito, y lo mismo ocurrió con todo.

También surgieron unas ‘subliteraturas’ mediante las cuales se hacían desmesurados elogios a estos personajes y que por fortuna nunca fueron hechas por un escritor profesional. Ahí sólo intervinieron periodistas oportunistas sin vocación literaria, que escribieron biografías de Pablo Escobar, Rodríguez Gacha y otros más.

Todo ese tipo de cosas tiene que asumirlas un escritor como Rafael Chaparro Madiedo, que aparte trabajaba como periodista. Me atrevo a decir que esta época lo marcó como nos marcó a muchos. Sin embargo, sé que él no estaba inmerso en ese mundo porque tuvo la fortuna de ser cronista en el diario La Prensa, un medio muy particular, pues siendo `pastranista`, con una enorme carga de cosas para criticarle desde el punto de vista político, tenía el único espacio visible para el arte. Ellos le dedicaban varias páginas grandes a lo cultural, con una forma muy bien desarrollada y con una planta muy lúcida de personas como William Ospina y Fernando Garavito. Allí Rafael tenía rienda suelta para escribir de lo que le gustaba. En todo caso uno podría encontrar muchas cosas de la Colombia de entonces en su novela, sólo que no tan palpables.

El recuerdo

Rafael Chaparro Madiedo murió de 31 años en la noche del 17 de abril 1995, a causa del lupus. Hoy, su única novela, que fue escrita contra el tiempo, sigue siendo muy popular entre los jóvenes. Es de mis favoritas y la he leído un par de veces. Conocerlo esa tarde fue una experiencia que recuerdo. Dos meses después de su muerte volví a tener en mis manos a Opio en las nubes y escribí para la revista Credencial, como homenaje, el artículo “Chaparro: Un socio para el club de los muertos”. En ese texto jugué con varios apartes de la novela y recordé la muerte de Sven como si fuera la de Chaparro, como si hubiese sido abaleado, o apuñalado en el baño lleno de vómito de un bar, mientras sonaba la canción With or Without you de U2, y luego fallecía en un ambulancia:

La gente me miraba con esos ojos que decían, pobre chico, tan joven, tan sano, tan blanco y yo les dije tranquila gente, no soy tan sano, ni tan limpio, ni tan creyente, no me lavo todas las mañanas los dientes como ustedes, no leo tantos libros, no hago deporte, ni rindo tanto en el trabajo como ustedes, tranquila gente.

Siempre había querido una muerte así, con violencia, con whisky en la mitad de los sesos, una muerte nocturna y en una ambulancia con una enfermera que me dijera que pasáramos la noche juntos.

Cerré los ojos y de pronto me sentí como un árbol atravesado por cuchillos blancos[4]. (p. 16).


[1] Ignacio Ramírez fue escritor y periodista. Trabajó para el periódico El Tiempo en la década de 1990 y también para la revista Credencial. Durante mucho tiempo, hasta que su salud se lo permitío, mantuvo la publicación por internet sobre periodismo, literatura y cultura denominada Cronopios, cuya dirección es http://cronopiosdiariovirtual.blogspot.com/. Esta entrevista fue hecha en noviembre de 2006. Ignacio murió el 20 de diciembre de 2007.

[2]Literalúdica” fue una de las secciones del suplemento Lecturas Dominicales de ese impreso. Allí Ignacio Ramírez también publicó el texto Nefelibata y opio, en el cual resaltó el lanzamiento de la segunda edición de Opio en las nubes (la primera de Proyecto Editorial) que venía con un prólogo de Fabio Rubiano, quien en 1995 había adaptado Opio al teatro. En ese artículo también se menciona la postulación de la novela en 1993 al premio Rómulo Gallegos, “la más alta distinción literaria entre los latinoamericanos” según Ramírez.

[3] Manuel Giraldo, más conocido como "Magil", en 1981 ganó el premio nacional de novela Plaza y Janés con Conciertos del desconcierto. El Instituto Tolimense de Cultura publicó en 1982 su libro de cuentos Más de noche y otras apariciones, que reeditó la editorial Oveja Negra. También es el autor de la novela Iluminados de 1994.

[4] Ramírez, Ignacio. “Chaparro: Un socio para el Club de los Muertos”. En: Credencial. Bogotá, junio de 1995. p 12 a 16.

En Niza, la familia Chaparro

Ya nada es como antes en la 123. (…) Antes todo era como antes. Por ejemplo la señora Aminta ya no sale tanto a Carulla porque tiene que ir al Conservatorio a llevar al Pajarraco a clase de Lapidus. El cuento de siempre. Que el niño se llevó la camioneta para la universidad y que ahora en qué me voy. Apúrele Ángela. ¿Ya se tomó la leche?

Rafael Chaparro Madiedo.

“Ya nada es igual en la 123”.

La Prensa. Mayo 5 de 1990.

Lo que yo tengo que decir sobre Rafael no difiere mucho de lo que diría cualquier padre sobre uno de sus hijos por lo que está lleno de afecto. Puede que para las personas ajenas sea algo de poco valor, que carece de interés, pero para mí es todo lo contrario.

La familia

Todo comienza cuando terminé ingeniería eléctrica en la Universidad de Santander en 1960. En Bucaramanga conozco a Aminta Madiedo, quien había estudiado docencia, y con ella me caso. Yo me vine a vivir durante un año a Bogotá, me gané una beca para estudiar en Alemania y los dos nos fuimos para ese país y permanecimos allí dos años. Al regresar nos radicamos en Bogotá y el 24 diciembre de 1963 nació Rafael.

Primero vivimos en otro barrio y desde 1968 estamos aquí en Niza. Cuando eso yo estaba trabajando con la empresa Ingetec, firma que se dedica a obras de ingeniería de consulta y ha desarrollado muchas obras públicas en el país, como carreteras, puentes, túneles, centrales hidroeléctricas, viviendas, etcétera. Hoy por hoy es una de las empresas más grandes de ingeniería en Colombia.

Para esa época Bogotá ya daba muestras de su crecimiento y desarrollo. Ya existían los barrios tradicionales como Chapinero y Teusaquillo, desde los cuales empezó la verdadera expansión de la ciudad hacia el norte. Cuando las casas de Niza se construyeron, casi todo por aquí era potrero, el tráfico era muy sosegado y era bastante común ver por todas partes los famosos ‘carromulas’. En general se veían pocos automóviles y buses que transitaban por una vía de acceso pequeña que luego se convirtió en la avenida Suba, la misma por la que hoy transita el Transmilenio.

En esta casa hemos vivido casi siempre y aquí también nacieron el resto de mis hijos. La familia completa la componíamos Aminta y yo, Rafael Chaparro Beltrán, y mis hijos Rafael, Sergio Luis, las gemelas Isabel y Liliana, Silvia Patricia, Carlos Alberto y Ángela María. Digo que la componíamos por lo de Rafael y porque hace poco también murió mi esposa. Una verdadera lástima, pues ella le hubiera contado muchas más cosas que yo.

La infancia

El nuevo centro comercial ‘Bulevar Niza’ está construido en lo que antes era un potrero donde los niños del barrio elevaban sus cometas y acometían largas jornadas de safaris acuáticos en busca de ranas y sapos. Ahora sólo se ven sapos de reeebok y sapas con minifalda. Las largas tardes de frío se cambiaron por pasillos iluminados por el neón. De la rana a la hamburguesa. De la cometa a la última moda de los jeans oxidados. (…) El ‘Bulevar Niza’ logró atrapar a la Rana de Oro o por lo menos la debe tener encerrada en alguno de sus acuarios de neón.

Rafael Chaparro Madiedo.

“Adiós a las ranas”.

La Prensa. Diciembre 18 de 1988.

Rafael ingresó al colegio Helvetia, institución fundada por suizos que queda muy cerca de aquí, y mientras fue un niño Aminta lo llevó y lo recogió a pie todos los días. Desde entonces empezó a demostrar una fuerte y temprana inclinación por la escritura, la lectura, y por las artes escénicas, participando en obras de teatro y en grupos de literatura, en los que su madre siempre fue su cómplice y pieza importante porque al ser ella docente manejaba muy bien el lenguaje y lo instaba siempre a la lectura y a la buena escritura. También le gustó mucho jugar básquetbol y en algún momento el equipo del Helvetia ganó un torneo intercolegiado y se fue a competir a unos juegos en San Andrés Islas. Recuerdo también que en este colegio tuvo problemas en el cuarto grado y lo repitió. De todas maneras fue siempre un estudiante aplicado y sólo sobresalió en materias relacionadas con sus gustos.

En la casa siempre fue muy obediente y se ciñó a las reglas del hogar y así lo hizo siempre. Aunque su modo de ser nunca fue el de alguien malgeniado tenía algo de terco, pero siempre fue una persona muy amable. Con su mamá era muy especial, igual que con sus hermanos y hermanas aunque era muy callado, especialmente cuando hacíamos reuniones familiares. Mientras todo el mundo hablaba él se quedaba mirando y no abría la boca para nada a no ser que alguien le preguntara algo. Hasta en eso se comportaba como un escritor que se la pasa todo el tiempo observando y dándose cuenta de detalles que la gente del común no ve. Usted sabe que todo buen escritor le mide el pulso a su alrededor desde la constante observación. Pero su silencio era normal, cuando tenía que decir algo lo decía y cuando se tenía que enojar se enojaba. Algo del carácter santandereano había en él.

Hablar de la infancia de Rafael es hablar de una cuadra llena de pelados de la misma edad que vivían por todos lados jugando y que cuando no tenían la calle llena de rampas para sus bicicletas o monopatines, la inundaban con sus partidos de fútbol eternos. Desde entonces viene la imaginación de escritor de mi hijo y alguna vez me pidió que le comprara un par de botas de caucho para irse de expedición con sus amiguitos a un lote fangoso, donde hoy queda el Bulevar Niza, en busca de la Rana de Oro. Una leyenda que no sé quién la inventó pero que él se encargó de darle mucha importancia y consistía en que si la Rana de Oro era atrapada el pantano se secaría. Incluso hasta escribió alguna crónica sobre ella para La Prensa, al igual que escribió otras tantas sobre su infancia y sobre Niza[1].

Más o menos así transcurrió la infancia de Rafael y cuando no estaba jugando o estudiando estaba leyendo, viendo Tarzán los sábados a las diez de la mañana, por el Canal Uno, o ideando algún proyecto para realizar con sus amigos, a los cuales también les tenía apodos como ‘Taofo’, ‘Cabezón, ‘El Tigre’ y ‘Farolo’.

El periodismo

Del Helvetia Rafael pasó a la Universidad de los Andes, donde estudió filosofía y letras hasta finales de 1987. Luego se fue para Momtpellier a hacer unos estudios relacionados con su profesión y regresó para trabajar en un periódico de la familia Pastrana llamado La Prensa. Eso fue en agosto de 1988 y desde entonces se hizo a un buen nombre en ese periódico y terminó ejerciendo un oficio inesperado, pero que le agradó porque le mantuvo la muñeca caliente al escribir todo el tempo. En este periódico conoció a García Márquez, quien se lo llevó a estudiar en San Antonio de los Baños en su curso de Cine y Televisión.

Antes de eso, en marzo de 1987, Rafael funda con unos compañeros de la Universidad de los Andes un periódico llamado Hojalata, en el que se escribieron textos de todos los tipos y géneros, y aunque al principio los directivos de la institución no lo vieron con buenos ojos, lo terminaron aceptando porque no les representaba ningún problema, porque resultó ser una buena publicación y porque, además, era el primer periódico que se fundaba en esta universidad. No más de dos problemas tuvieron con esa publicación y un artículo en especial los hizo tambalear, cuyo título es: “Uniandinos de frente a Monserrate de espaldas al país”[2]. Con Hojalata hubo muchos ánimos y expectativas, pero no lograron mantenerlo vivo y alcanzaron a imprimir alrededor de catorce números nada más.

En la misma universidad mi hijo entabló amistad con Jorge Mario Eastman, cuyo padre homónimo fue el dueño, junto con Carlos Lemos Simmonds, de la desaparecida revista Consigna. Una publicación quincenal a la que él pudo entrar como redactor cultural y luego como columnista de una sección llamada “¡Luz, más luz!”. En esa revista permaneció hasta marzo de 1990.

Su paso por Los Andes le sirvió de mucho porque, además, una de sus compañeras, cuyos padres eran los dueños de una programadora llamada Cinevisión, lo invitó a trabajar con ella en televisión en un proyecto llamado Zoociedad, del cual Rafael fue libretista y trabajó con Jaime Garzón. Mientras empezó este programa él siguió colaborando con La Prensa como columnista y eso lo hizo hasta su muerte. Cuando se acabó Zoociedad siguió haciendo esto a la par de Quack y La brújula mágica.

La pintura

Aquí se conservan muchas cosas de él. Hay fotografías, un álbum de recortes de prensa que hizo Aminta con muchos de sus artículos y con otros tantos que salieron cuando Rafael se ganó el Premio Nacional de Novela y también cuando Fabio Rubiano adaptó Opio a las nubes al teatro. Hay varios textos inéditos, entre ellos una novela llamada El Pájaro Speed y su banda de corazones maleantes y un libro con cuentos. Otros tantos de esos escritos se perdieron en su computador que años atrás se regaló.

En el que fue su estudio, donde todos los días se quedaba trabajando hasta altas horas de la noche, están muchos de sus libros. Algunos todavía tienen sus anotaciones. También está su equipo de sonido con grandes bocinas, y como una de sus grandes aficiones fue la música, coleccionó bastantes discos, sobre todo de rock. Muchos de sus amigos quisieron llevarse un recuerdo de él después de su muerte y varios vinieron y se llevaron uno que otro de sus discos, por lo que ya quedan pocos.

Su gran fascinación fue un Renault 4 de color beige que yo le vendí. Y eso que él siempre dijo, hasta que tuvo ese carro, que nunca compraría uno porque se mataría sacándole la máxima velocidad todo el tiempo. Igual, como siempre fue muy diligente en su mantenimiento venía todo el tiempo con historias de que había rebasado carros último modelo. Por ese carro se interesó otro de sus amigos, alguien que no logro recordar, y yo se lo vendí.

Pero lo más vistoso en esta casa y que nos quedó de Rafael son sus cuadros. Una de las cosas que me faltó por decir es que él siempre llenaba sus cuadernos de estudio o sus libretas de apuntes de garabatos y toda clase de dibujos, con lo que desarrolló un estilo propio y cierta destreza en los trazos.

Entonces él, antes de estudiar filosofía, quiso estudiar arte en la Universidad Nacional, y allí estuvo un semestre. Eso no le gustó y se fue para Los Andes. Luego se interesó por la pintura y se metió a un taller con el pintor Jaime Manzur, quien además es reconocido por fabricar excelentes marionetas. Como ya tenía cierta cercanía con ese mundo, aprendió bastante y pudo pintar cuadros bastante buenos. Muchos de ellos los tienen sus amigos, pero estoy seguro de que la mayor parte la tenemos nosotros. Hay que decir también, no soy capaz de recordar dónde ni cuándo, que expuso algunos de ellos. Pero él no trascendió en la pintura y siempre la tuvo como un pasatiempo. Si usted quiere, puede tomarles fotografías a algunos de los cuadros que hay en la casa.

El principio del fin

No todo en la vida de las personas es bueno o está lleno de cosas positivas. Desafortunadamente a mi hijo le diagnosticaron a los veinte años una enfermedad muy extraña llamada lupus[3]. Por tal razón le tocó empezar a tratarse con muchos medicamentos y sufrió varias crisis de salud. Además, ese mal se le focalizó en los riñones, los cuales con frecuencia hacían que su cara cambiara de color o se hinchara un poco. En todo caso nunca se desanimó, nunca se le vio triste y mucho menos se le escuchó un solo quejido. Así, entre tratamiento y chequeos médicos, logró vivir poco más de diez años sin problemas, hasta que en un terrible mediodía de febrero de 1995, mientras se dirigía con sus compañeros de trabajo para la oficina, un conductor imprudente en su ‘Volkswagen’ lo atropelló en el cruce de la avenida 19 con Quinta. Ese fue el principio del fin de mi hijo, el talón de Aquiles que el lupus encontró para llevárselo. En ese suceso se hirió una rodilla y una pierna y en un hospital, desconociendo su condición de enfermo de lupus, le aplicaron unos antibióticos que le afectaron directamente los riñones, lo que hizo que su estado se agravara y pasara los dos últimos meses de su vida muy enfermo. Finalmente, en la madrugada del martes 18 de abril, murió en la Clínica Santafé.

En el tiempo en que estuvo así nunca dejó de escribir y su mamá o su novia le llevaron sus artículos y sus libretos al trabajo. En la casa pasó muchas dificultades, pero nunca nos imaginamos que se iba morir. Es más, el último día que pasamos juntos yo lo llevé a dar una vuela al parque del barrio y él no fue capaz de regresar por sí solo y me tocó traerlo alzado. Eso fue el Domingo de Resurrección de la Semana Santa de 1995. A las malas lo llevamos a la Clínica Santafé y finalizando el Lunes de Pascua se agravó hasta la muerte, que según el dictamen médico ocurrió pasada la una de la mañana del martes. Él siempre odió las clínicas y los hospitales y como la vida es contradictoria le tocó morirse en un lugar que detestaba. Al final pasó sus momentos al lado de su novia, Claudia Sánchez. Para mí no es fácil seguir hablando de esto y creo que ya es suficiente con todo lo que le conté.

Había llegado del colegio y no comprendía muy bien por qué los ángulos de los triángulos sumaban entre sí 180 grados no entendía nada de nada ni en las mañanas ni en las noches era una tarde de lluvia tenía la cabeza al revés junto a Bayer y a Leonid los dos otros mocosos con los que andaba nos pusimos a construir la casa de madera en el árbol (…) una puntilla aquí otra puntilla allá más allá jueputa me machuqué el dedo una cura Bayer échese babas muchas babas diga sana que sana culito de rana o más bien sana que sana culito de vieja sino mamarás hoy mamarás mañana dilo Sven... [4]

Rafael Chaparro Madiedo

(Opio en las nubes)


[1] Rafael Chaparro Beltrán se refiere a textos como: “Adiós a las ranas”; “Ya nada es igual en la 123”; “Niza, by by”; “La increíble historia del siniestro Doctor Bolsita Negra y sus amigos”; y “Faustino no mataba perros amarillos”. En este último artículo, una crónica sobre cuando él tenía diez años y sobre el ‘Tino’ Asprilla, Chaparro habla así de su infancia: “Pasó el Mundial del 70 y mi hermano y yo seguíamos matando perros amarillos en las tardes aburridas del barrio. Pasó el Mundial y mi hermano y yo montábamos en bicicleta, pero no podíamos obtener satisfacción porque la niñez es un desequilibrio de lo real, porque en la niñez no tenemos recuerdos porque vivimos en los recuerdos futuros”. Algo de la crónica citada hace parte de uno de los capítulos de El Pájaro Speed y su banda de corazones maleantes, novela que Chaparro dejó inédita.

[2] El artículo al que se refiere Rafael Chaparro Beltrán fue publicado en el segundo número de Hojalata, en mayo de 1987, y fue escrito por Patricia Ruan.

[3] El lupus es una enfermedad inflamatoria crónica que puede afectar varias partes del cuerpo, especialmente la piel, articulaciones, sangre y riñones. El sistema inmunológico del cuerpo normalmente produce proteínas llamadas anticuerpos para proteger al organismo en contra de virus, bacterias y otras substancias extrañas. Estas substancias extrañas se llaman antígenos. En una enfermedad autoinmune como lo es el lupus, el sistema inmunológico pierde su habilidad para notar la diferencia entre las partículas extrañas (antígenos) y sus propias células o tejidos. El sistema inmunológico en estas circunstancias produce anticuerpos en contra de "sí mismo". A estos anticuerpos se les llama "auto-anticuerpos", los cuales reaccionan con los antígenos propios para formar complejos inmunes. Estos complejos inmunes se producen en el torrente sanguíneo y pueden causar inflamación, daño a los tejidos y dolor. En la mayoría de la gente el lupus es una enfermedad benigna que afecta sólo unos cuantos órganos. En otros, puede causar serios daños y aun producir problemas que pongan en peligro la vida. La enfermedad, en un alto porcentaje, se presenta con mayor frecuencia en africanos y mujeres. (Información tomada de: http://www.lupus.org. Última consulta: septiembre 30 de 2007).

[4] Chaparro Madiedo, Rafael. Opio en las nubes. Bogotá: Colcultura, 1992. (En este trabajo todas las citas sobre Opio son tomadas de la edición de Colcultura).

Ava dice: “Opio is on my side”


Fotografía cedida por Ava Echeverri

Llegar de noche a un país desconocido es como entrar a dormir bajo sábanas extrañas. Por eso hay que esperar a que despunte el sol para ver con quién se está durmiendo.

Rafael Chaparro Madiedo.

“Crónica marxiana”.

La Prensa. Junio 21 de 1990.


Yo fui la primera persona en arribar a la Funeraria Los Olivos de la calle 42[1]. Hasta que no lo vi llegar en el ataúd no empecé a creer que de verdad se había muerto. Ahí sentí una tristeza absoluta, pero no lloré porque ya había derramado todas las lágrimas que tenía que derramar por Rafael Chaparro Madiedo. La historia que él y yo tuvimos fue algo traumática y nuestra relación no duró mucho, igual yo poseo más buenos recuerdos de lo nuestro, es más, puedo decir que siento a Opio en las nubes como si fuera de los dos.

La noche en que él terminó de escribir la novela fue muy especial. Cuando digitó la última palabra y el punto final, se paró emocionado y me dijo que Truman Capote le había sugerido la estructura y que ahora se sentía a gusto con lo que había escrito. Eso fue mucho después de la medianoche, salimos a comprar licor y cigarrillos para celebrar y nos tocó conformarnos con una botella de vino barato y un par de sándwiches, pues ya todo estaba cerrado. En todo caso la pasamos bien porque en el aire de la madrugada se respiraba un vaho muy especial, agudizado por un fuerte pálpito en el fondo de mi ser y que me decía que ese texto iba a tener mucho éxito. No sé cómo explicarlo mejor.

Rafael empezó a escribir Opio en las nubes en mayo de 1991 y la culminó en septiembre de ese año, luego de dos intentos fallidos y un tercero definitivo. En el primero, a la altura de la página setenta, se dio cuenta de que el asunto no iba por buen camino y la borró del computador. En el segundo intento ocurrió lo mismo, pero más rápido. En el tercero venció sus obstáculos de escritor y la terminó. Le voy a leer lo que él dijo en una entrevista que le hizo Mauricio Silva para La Prensa, a los pocos días de haberse ganado el Premio Nacional de Novela: “Un día me iba a poner a escribir, salí, me compré unas cervezas, unos cigarrillos y unos sándwiches. Me senté frente al computador y nada, miré los libros que siempre tengo junto a la pantalla y uno de Truman Capote me causó algo. Todavía no sé, es un misterio, porque el tipo no se apareció, ni nada por el estilo, sólo sé que él fue y desde el cielo o el infierno estaba haciéndome barra. Estuve hasta las cuatro de la mañana y ese día formé la columna de la novela y me di cuenta de que por ahí era, por pura intuición, lo mismo que se siente cuando uno se enamora de la que es”.

Yo digo que siento la novela como de los dos porque en esos meses lo vi escribirla todas las noches en el apartamento donde vivimos juntos, en la calle 85 con 19, en Bogotá. Fue algo muy chévere, pues yo siempre me recostaba en un sofá de la sala detrás de él, en este mismo sofá desde el que hoy le cuento todo esto, para verlo escribir mientras trataba de asimilar la idea de que estaba casada con un escritor como él. No lo podía creer.

En el tiempo en que él trabajó en la novela su rutina de escritor fue muy disciplinada. Rafael siempre fue un tipo comprometido con su literatura, tanto, que a veces llegué a sentir celos cuando no me paraba bolas por estar escribiendo. También digo que Opio en las nubes es de los dos, porque si usted mira está dedicada a mi hija Laura y a mí, Ava Echeverri. Eso también muestra que Rafael me quiso mucho, igual que yo a él, y que también quiso mucho a mi hija, que en ese entonces era una niña de unos cuatro años.

Digo lo que digo, aunque suene osado, porque además él siempre me consultaba cosas, o me leía fragmentos para ver qué opinaba, y yo, inmersa en idealizarlo, no les paraba muchas bolas a los textos, cosa de la cual hoy me arrepiento mucho. Y mi papel también fue un poco el de correctora, porque Rafael escribió siempre de una manera muy automática, influenciado por la generación beat y a veces se le pasaban cosas ortográficas que yo le hacía ver para que cambiara.

Ava tiene mucho que contar

Cuando hicieron la ceremonia de entrega de los Premios de Cultura de 1992 en la Biblioteca Nacional y leyeron como ganadora del Premio de Novela a Opio en las nubes, yo salté de la emoción y me puse muy feliz por Rafael, aunque para esa época ya nos habíamos separado. Hoy pienso que nuestro matrimonio se acabó porque de pronto yo me convertí en una mujer intensa y algo celosa. Sin embargo no tengo muy seguro porqué pasó lo que pasó y todavía creo que él sólo quería cambiar de vida y ya. Al final sólo tengo buenos recuerdos de cuando viví con él. Usted sabe que no todas las parejas logran superar los obstáculos que la vida les va poniendo.

En un principio todo fue muy bello. Al cabo de un tiempo empezamos a pelear mucho y él decidió irse de un momento a otro, vino por sus cosas y nos separamos. Igual es uno de los tantos capítulos de mi vida, algo que ya superé y listo. Desde eso lo vi un par de veces en la calle. La última vez fue unos meses antes de su muerte, en la esquina de la cuadra donde vivimos y donde queda todavía el restaurante American Burguer. Allí estaba comiendo con su novia y yo con mi hija Laura. Nos saludamos y esa fue una despedida sin saberlo.

A Rafa o ‘Mi Mushasho’, como yo le decía, lo conocí en 1989 luego de llegar de Nueva York. En ese entonces le dije a mi hermano, Gustavo Echeverri, que quería que me publicaran un artículo de cine en el periódico La Prensa, donde él trabajaba como editor político. Por eso le pregunté que quién era la persona encargada de eso y él me presentó a Rafael. De inmediato nos gustamos y comenzamos a salir. Cuando menos lo pensamos éramos novios y al poco tiempo, al año, nos casamos. Eso fue luego de regresar de un viaje a Cuba[2] donde él estudió con Gabriel García Márquez.

En un principio me pareció flaco, desgarbado, con pelo largo y desaliñado. Lo que más me llamó la atención era que escondía mucho las manos en los bolsillos de los jeans o en las mangas de las camisas y de las chaquetas cuando fumaba. Era muy gracioso porque a veces se complicaba mucho para fumar. Mejor dicho, fumaba muy extraño. Luego de un tiempo me di cuenta de que era por su enfermedad, la cual le afectaba especialmente los riñones y hacía que sus manos fueran resecas y a veces se les cayera un poco la piel. Él siempre fue como una fotografía de sí mismo: gafas, camisa a cuadros, chaqueta de jean, tenis o botas de gamuza y jeans rotos. Era típico y yo siempre me lo gocé por eso. Muchas veces le dije que comprara camisas a rayas para que variara un poco, pero él aunque nunca fue gruñón siempre tuvo la terquedad que caracteriza a los santandereanos, pues sus padres venían de esa región. Quiso mucho su familia, adoraba sobre todo a doña Aminta Madiedo, su madre y cómplice, y a su hermana menor. No le gustaba mucho la disciplina de su papá ni ser el hijo mayor, el que tenía que dar buen ejemplo a sus otros hermanos.

La gente supo después lo de nuestro matrimonio, cuando les enviamos la noticia en una foto que nos habíamos tomado los dos en la Plaza Che Guevara, en La Habana. A esa foto le sacamos copias para todos los amigos y Rafa les escribió por detrás un mensaje distinto, para invitarlos a una fiesta de celebración que hicimos en el apartamento. Esa imagen la publicaron en La Prensa con una chistosa nota social[3].

Muy pocas cosas se saben de él y casi todas se deben a Opio en las nubes y al párrafo de presentación de su autor que aparece en la edición del libro hecha por Colcultura[4]. Por ejemplo, muy pocos conocemos que él estudió en el curso de guiones de García Márquez, aunque en ese viaje a San Antonio de los Baños le fue muy mal y volvió desilusionado del Nobel, diciendo que él, en las clases, sólo les ponía atención a las mujeres y que para acabar de ajustar olía mal. Otra cosa que vale la pena mencionar es que con el texto Susana en el Cielo con Rosas, en junio de 1990, se ganó el segundo lugar del Concurso de Guiones Radiales para Piezas Dramatizadas, otorgado por el Instituto Goethe a través de la Radio Alemana de Occidente. A esto se le suman los textos inéditos que dejó y que su familia guarda con celo; que en la Universidad de los Andes reposan los números de Hojalata, un periódico que fundó en la Facultad de Filosofía con sus amigos Andrés Huertas y Felipe Castañeda y por el cual se dice que fue investigado por el ejército, que pensaba que era una publicación subversiva; y que en la hemeroteca de la biblioteca Luis Ángel Arango se pueden consultar sus más de doscientos artículos escritos para la revista Consigna y el diario La Prensa[5].

Es más, algunos hasta piensan que él se suicidó o que murió de sobredosis. Se han tejido mitos de este tipo alrededor de Rafael que hacen que Opio en las nubes siga como libro de culto, sobre todo entre los jóvenes. Yo sé que la novela se defiende sola ante sus lectores, por su estilo tan particular, pero mitos como los mencionados han ayudado.

Pocos saben sobre su enfermedad, algo que no puede pasar desapercibido para comprender un poco lo que fue Rafa y lo desgarrado de su novela. Si por un lado estaban el cine, el rock y la literatura, por el otro la cortisona, que a diario tenía que tomar junto con otros medicamentos. Era una cantidad abrumadora de pastas. Su condición es un tema muy delicado y difícil de contar. Él tuvo la muerte rondándolo todo el tiempo, pero no se preocupaba mucho. Yo lo cuidé en todo momento y conmigo tuvo una crisis que casi lo mata. Siempre le mantenía su tratamiento dentro de una refractaria amarilla que todavía conservo y que ponía encima de la nevera. Nunca, y es bien extraño pensar en eso, lo vi tomándose una sola pasta. No sé a qué horas lo hacía y no sé por qué se ocultaba para ello. Lo que sí sé y lo digo ya, es que quizá por tener la muerte respirándole en el cuello, todo el tiempo, escribió lo que escribió y de manera genial.

Es que yo conocí mucho de él que es un misterio para los ajenos. Nada más los que tuvimos una relación muy estrecha con Rafael, además de su familia, podemos decir eso. Igual nadie ha indagado sobre su vida. Lo que todo el mundo sabe es que era muy callado y tímido, que fumaba un resto, de todas las marcas, pero le fascinaba el sabor del Pielroja, del Lucky y del Marlboro. Además, el tiempo que vivimos juntos no puede decirse que fue efímero como el humo del cigarrillo, no fue tan poco como para no haberme permitido conocer mucho de él. Resalto de nuevo que era un tipo comprometido con su cuento, un escritor de todo el tiempo y que trató de exorcizar el demonio de la muerte con ese oficio. En este apartamento todavía existen muchas cosas de entonces que lo demuestran, hay libros que él mantenía siempre a su lado, anotaciones de ideas para sus textos hechas en libretas y otras cosas más. Los únicos que ya no están aquí son sus cuadros. Tampoco está el computador donde nació la novela. Ese quién sabe dónde estará. En su lugar puse una mesa que diseñó mi hija Laura.

Hay tantas cosas que quisiera decirle y estoy haciendo un esfuerzo por ser ordenada. Se me vienen muchas imágenes a la mente de manera repentina y espero que me esté haciendo entender. Volviendo a lo de su enfermedad, él fue un poco de malas, puesto que el lupus se le ensañó con sus riñones y a veces su cara se le hinchaba, por lo que en La Prensa le decían “el sapito de Niza”. Sus manos se le pelaban y su piel se le ponía muy sensible al sol, por lo que no podía recibirlo. Pero a Rafa nunca le valieron las prohibiciones y le fascinaba ir de paseo a tierra caliente. Alguna vez, por lo fuerte de la droga, los ojos se le afectaron y estuvo muy cerca de quedarse ciego. Pensando en eso me pintó un cuadro y me lo regaló.

Ahora mismo pienso en otro mito. De él también se decía que era ateo, pero eso no es cierto. Por su mamá fue devoto de la Virgen. Es más, al principio de nuestra relación hasta me invitaba a misa. Y siempre, luego de cada chequeo en el que le decían que tenía muy alto el nivel de creatinina y que le quedaba muy poco tiempo de vida, meses apenas, él rezaba conmigo. Aunque no voy a decir que Rafael era un católico convencido y riguroso[6], sólo que él tenía su modo de creer, nada más. Algo de eso me quedó, puesto que con el paso del tiempo empecé a acercarme a la Iglesia y ahora, después de ciertos cambios obligados que se dieron en mi vida, estoy muy inclinada hacia la oración y soy ministra de la Iglesia Católica.

La conclusión

Estuve muy enamorada de él. Rafa siempre quiso tener un hijo y yo quedé embarazada, pero más o menos al tercer mes tuve unas complicaciones y lo perdí. De eso no quiero hablar. Ya para finalizar le diré que compartimos muchas cosas, como su eterno Renault 4, un cacharro que adoraba, y el amor por la literatura. Recuerdo que nos gustaba muchísimo Truman Capote, a él especialmente Kafka, Baudelaire y Rimbaud. También le gustaba leer todo lo que salía sobre rock and roll y se moría por los Rolling Stones, Los Beatles, John Lennon, The Doors, Bob Marly y U2. Yo lo secundé en eso. Su obra está plagada de rock and roll y de cine, por lo que no es extraño encontrarse títulos de sus artículos que jueguen con nombres de canciones o de películas. Me acuerdo de uno que es “UPAC is on my sidey que conservo con aprecio junto a otros recortes de periódicos con sus artículos. Poco después de su muerte dejé de leer literatura. Ahora estoy leyendo la Biblia y otras cosas, aunque hace tres días, cuando usted dijo que quería conversar conmigo sobre Rafa, sentí la necesidad de leer y he estado mirando un poco de Tomás Carrasquilla.

Cuando se murió

A mí me contó de su muerte la esposa de Eduardo Arias. A la funeraria llegué muy temprano. Yo estaba como abstraída y todavía no aterrizaba y me quedé fría cuando lo vi llegar. Ahí, parada junto al ataúd, se me vino a la cabeza que mientras estuvimos casados yo nunca tuve una argolla de matrimonio, nunca me hizo falta, nunca lo noté y no sé por qué lo pensé en ese momento. Después del entierro he ido dos o tres veces a la tumba, no más. Recuerdo cómo lo enterraron. Tenía una camisa a cuadros que le gustaba mucho. Era de colores, estilo leñadora, como las que siempre usó. En las manos tenía una cruz que le pusieron las hermanas. Verlo así me impactó demasiado, pero como ya dije, no lloré y su muerte me dio muy duro porque yo siempre le auguré un éxito en la literatura. Siempre, hasta ese momento, pensé que él iba a ser alguien muy grande en la vida, y de algún modo, sólo con una novela lo consiguió.



[1] Con motivo de la muerte de Rafael Chaparro, el diario La Prensa publicó, el 18 de abril de 1995, en la primera página, el siguiente aviso: “La Prensa invita a las exequias del señor Rafael Chaparro Madiedo que se efectuarán el miércoles 19 de abril a la 1:00 p.m. en la Parroquia San Juan Crisóstomo (Cr. 52, calle 119 Niza) y luego acompañarlos al parque cementerio La Inmaculada. Velación: Funeraria Los Olivos (Calle 42 No.14-20). (No enviar flores)”. Junto al aviso estaba el siguiente titular invitando a un especial de tres páginas: “El joven periodista y escritor Rafael Chaparro Madiedo, columnista de La Prensa, ensayista, Premio Nacional de Novela, libretista de ‘Zoociedad’, ‘Quack’ y La Brújula Mágica’ falleció ayer a los 31 años de edad en Bogotá. Falleció Rafael Chaparro (Páginas 20, 21,22).

[2] De ese viaje Chaparro escribió varias crónicas para La Prensa. Dos de ellas se titulan “Crónica Marciana”, de junio 21 de 1990, y “La noche de los rábanos blancos”, de junio 24. En la primera narra algunos aspectos de su llegada a La Habana. En la segunda habla específicamente sobre San Antonio de los Baños y de cómo, entre otras cosas, el realismo mágico llega en un BMW: “Nadie se imagina que el maestro del realismo mágico llegue a dar su taller de guiones a bordo de un flamante BMW”.

[3] La nota a la cual Ava Echeverri se refiere fue publicada en ese periódico, junto a la fotografía, en marzo 23 de 1991, página 20, sección Vivir, y dice así: “Esto no pretende ser una nota social. Solamente queríamos registrar la aparición en Zoociedad de Ava Gardner Echeverri y Rafael Chaparro Cabeto. Los textos que circulan anunciando el matrimonio se refieren a un matrimonio postmodernista; es en técnica mixta, con ladrillo y ventanas. Con bostezo incorporado y locha. Antetítulo, título y entradilla. Con las fuerzas morales de la nación. Con contacto en La Habana y contactos de lluvia. Los gomelos, de luna de miel darán una vuelta en ejecutivo”.

[4] El texto al que Ava se refiere es este: “Rafael Chaparro Madiedo. Bogotá, diciembre de 1963. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de los Andes. Trabajó como redactor cultural en el diario La Prensa. Actualmente es uno de los libretistas del programa de televisión ‘Zoociedad’. A los diez años fue envenenado por los Rolling Stones. A los veintiún años Rimbaud lo dejó en estado de coma. Le gusta ir a cine de tres solo, a cine de seis bien acompañado y a cine de nueve muy bien acompañado” (Opio en las nubes, Premio Nacional de Literatura, 1992). Este texto fue escrito por el propio Rafael.

[5] La poesía también fue uno de los intereses de Rafael Chaparro y en 1986 obtuvo una mención especial al participar en el Tercer Concurso Universitario de Poesía del ICFES, con la obra titulada La hora de la fatiga que se compone de dos poemas: “Lunas” y “La torre de nieve”. “Lunas / No me mires / cuando la luna se estremezca / en mil temblores fulgurosos // No me hables / cuando comparta mi pan / con los habitantes de la Tiniebla / porque entonces mi sombra te cubrirá como una niebla // Sólo espérame en el filo de la realidad / donde la púrpura profunda de Dios / se desangra sobre mi sangre”. Tomado de: Concurso Universitario de Poesía ICFES: Obras premiadas 1986. Bogotá: Editorial Guadalupe. p. 123.

[6] Aunque en la obra de Chaparro no se evidencia mucho sobre sus inclinaciones religiosas o espirituales, sí hay varios artículos en La Prensa que de alguna manera dilucidan algo sobre su postura ante eso. Hay textos como el titulado “Dios mío, ¿por qué nos has abandonado?”, publicado el 26 de septiembre de 1992 en la página 27, en el que él sienta una posición clara sobre la Iglesia y los curas colombianos: “Cada vez que habla un prelado siempre lo hace en tono negativo: “No vamos a dejar que la educación católica se vaya de los colegios”, “no vamos a dejar que se instaure la planificación”, “estamos en contra del uso de condón”. Muy raras veces la Iglesia propone caminos alternos de solución a los problemas de la vida cotidiana. En este sentido las vías de comunicación entre la Iglesia y su rebaño están obstruidas. (…) En las comunas tiene más sentido la música punk que el discurso clerical. (…) El movimiento Punk dice: “Muy bien. No hay futuro. Viva el presente”. El movimiento Punk propone vías contra la opresión, la miseria, el desempleo, es decir los problemas diarios. Por el contrario el discurso clerical habla en tono pasivo y dice: “frescos locos, sí hay futuro, opriman el presente”. Y está también el texto titulado “Perdónanos porque no sabemos lo que hacemos”, publicado el 31 de octubre de 1993 en la página 26: “Unas personas rezan en las iglesias. Yo rezo en los parques cuando las aves son más transparentes y el aire trae el sabor de tu nombre. Yo rezo para que los de abajo no sigan abajo, rezo por el whisky Jack Daniel’s, rezo para que Mick Jagger obtenga la inmortalidad, rezo para que Jim Morrison en la sexta división del Cementerio Père Lachais de París resucite algún día rodeado de las chicas más hermosas del universo mientras el cielo se llena de botellas rotas de whisky y de heroína, rezo para que las tetas y las nalgas de las mujeres cada día se les pongan más bellas, (…) rezo por el brillo del sol estallando en el pelo de las rubias, rezo por los labios de las negras, rezo por el vientre de las árabes, rezo por el rock, (…) rezo para que los bares abran a las once de la mañana, rezo para que algún día dos más dos sea igual a cinco, (…) rezo por la capa de ozono, (…) rezo por todos los animales y las plantas del bosque, (…) rezo por la marihuana, rezo por Bob Marley, rezo por aquellos gatos del mundo que todas las noches se escabullen con sus gatas para hacer el amor en los techos mientras llueve, rezo por la lluvia, rezo por los tomates, rezo por la cerveza, rezo por el blues, rezo por B.B. King tocando con Lucille, rezo por Eric Clapton tocando Cocaine, rezo por el opio, rezo por las nubes, (…) rezo por ti, rezo por mis padres y mis hermanos y mis amigos, rezo y le pido al padre nuestro que estás en los cielos, en los bares, en las prisiones, santificado sea tu nombre, vénganos tu reino, hágase tu voluntad, danos hoy nuestro whisky de cada día, danos hoy nuestro beso transparente de cada día, (…) perdona nuestras ofensas como nosotros hemos perdonado a tantos que nos han ofendido, desde liberales hasta conservadores, pasando por comunistas, no nos dejes caer en la tentación de los precandidatos, amén”.

‘El man de Los Andes’

Manuel Hernández dictando clase en Los Andes. Fotografía: La Prensa.

Mick Jagger almorzó con el obispo anglicano y de nuevo se montó en su helicóptero, se fue para las nubes y siguió diciendo ‘out of my cloud’, fuera de mi nube. Señor Jagger, gracias a usted repetí cuarto de primaria, gracias a usted supe que la vida sabe a cero en matemáticas, gracias a usted supe que había otras cosas más allá de Bogotá, Colombia, Suramérica, gracias a usted la cerveza y el whisky me saben diferente, gracias a usted supe que estábamos de algún modo en la misma nube de opio.

Rafael Chaparro.

“En la misma nube de Jagger”.

La Prensa. Noviembre 8 de 1992.

Es increíble cómo una mala noticia se expande como si fuera un ente con voluntad propia para hacerse saber. A mí nadie me llamó a avisarme que Rafael Chaparro se había muerto y hasta una función de cine me persiguió esa mala noticia. Como pasa con esta clase de anuncios uno se queda mudo y mientras balbucea cualquier cosa por la boca, se sobreviene en la mente una secuencia muy rápida de recuerdos relacionados con la persona que acaba de morir. De algunos de ellos le hablaré a continuación.

‘El man de Los Andes’

Ese soy yo, Manuel Hernández[1], y así me puso Rafael Chaparro cuando un buen día mandó alguno de sus compañeros de La Prensa para que cubriera una de mis clases en la Universidad de los Andes. El resultado fue un artículo titulado El man de Los Andes en el que yo aparezco con un poco más de pelo y con la barba no tan blanca.

Ese apodo proviene de alguien que antes de ser mi amigo llamó mi atención por su sensibilidad con el lenguaje, su experimentación con las palabras y su modo irónico de ver la vida. El apodo no es otra cosa que un juego gracioso con el sonido de las palabras que conforman mi nombre y las de la universidad donde yo he dictado desde hace años un curso de literatura: MAN-uel Hern-ANDEZ + Universidad de los Andes = Man de los Andes. Otro de esos geniales juegos consistía en decir que su vida estaba regida por tres letras que conforman el prefijo UNI, pero de eso le hablaré más adelante.

De Niza a Los Andes, de UNI en UNI

Yo no me acuerdo de cómo conocí a Rafael. En un momento dado ya estábamos metidos en una buena amistad sin que haya tenido una marca de inicio. No se puede ubicar una fecha concreta porque son años muy importantes en la historia de Colombia y de Bogotá. Hay una cantidad de hechos históricos que son fundamentales para poder comprender este proceso y uno de los más importantes es el problema del transporte, un tema que ha sido siempre una locura, como en muchas partes de lo que antes se llamaba el Tercer Mundo.

El transporte es el reto para comprender la ubicación de la Universidad de los Andes, una institución privada fundada seis meses después del 9 de abril con la elite conectada con los Estados Unidos y que con su nacimiento contradice el sentido de expansión de la ciudad hacia el norte. Entonces como el público de la Universidad es la elite y la elite ya vive en el norte, no hay medios de acceso ni suficientes automóviles para entonces, situación que persistió hasta bien entrados los años de la década de 1980, en la que los jóvenes de la época de Chaparro se vieron obligados a movilizarse en bus o en buseta. Más o menos en esa época surge la línea ejecutiva que va de Unicentro a Uniandes y en esos días aparece un muchacho muy feo, de gafas y que tenía carita rojita de sapito. Ese muchacho comienza a mamar gallo con el prefijo Uni: UNI-centro, UNI-ruta, UNI-andes. Obviamente se trataba de un muchacho con una fuerte sensibilidad con el lenguaje y que desde entonces empezaba a descubrir la contracción de las palabras que se daba por los procesos de movilización urbana.

Por tal yo encontré a ese muchacho inteligentísimo y muy mal vestido. Tenía siempre un par de tenis raídos, unos pantalones con muchos rotos y una chaquetita miserable, además de una idea de la vida completamente irónica.

Sus padres habían hecho su hogar en un barrio muy importante que se llama Niza, un complejo residencial construido por el desaparecido Banco Central Hipotecario y diseñado por el francés Paul Couleaud. Uno puede decir que es uno de los diseños emblemáticos de Bogotá al lado de, por ejemplo, las Torres del Parque de Salmona. Son casas grandes, de más de 170 metros, con un esquema uniforme, lo que podría ser el equivalente en Medellín al Laureles de los años 60. Entonces Chaparro venía de clase media alta, lo que da una idea de cómo fue su infancia, con su bicicleta y sus novias de barrio. Un chico con ciertas comodidades que además estudió en un colegio laico llamado Helvetia. Un chico con ciertos privilegios que le permiten ejercer un espíritu crítico, el mismo que surge más a menudo en las burguesías satisfechas.

Niza se convirtió en ese lugar, si se quiere, un poco mítico en donde él empezó a emitir sus mensajes. Ese es el Rafael que yo conocí, y en Hojalata, periódico que él ayudó a fundar en Los Andes, se publicaron textos de crítica urbana, no politizada ni mucho menos de izquierda, al lado de otros que mostraban la bobería circundante. En esta publicación y en las otras donde Chaparro trabajó, se nota su intento por reivindicar el acto de caminar como los antiguos cronistas y empieza a retratar una Bogotá ‘undergroud’, fría, polucionada y neblinosa y que luego se trasmuta en la ciudad híbrida donde se desenvuelve la trama de Opio en las nubes.

Vamos en que Chaparro comienza a sacar su Hojalata y yo decido dictar un seminario sobre Edgar Alan Poe, al cual Rafael se inscribe. En este tipo de cursos yo abro ventanas, sugiero cosas y él empieza a aproximarse a la literatura siniestra con un poco de rock y un poco de Borges, entre otros escritores, lo que se convierte en una mezcla típicamente heterogénea con un factor que la atraviesa, que es el amor por una ruptura literaria que Bogotá necesitaba. Puede que Chaparro no la estuviera persiguiendo concientemente, pero lo pudo materializar con su novela. Mejor dicho, él no fue un revolucionario del lenguaje, pero sí estuvo dentro de una revolución de éste[2].

El punketo intelectual

La muerte es la patencia misma del desamparo[3].

Rafael Chaparro.

Para mí sigue teniendo mucha importancia el desaliño de Rafael, lo que Borges llamó “el torpe aliño indumentario”. Pero no sólo me refiero a su manera de vestir, sino que voy más allá e incluyo su modo de escribir desinhibido e irrespetuoso con algunas reglas del idioma. Lo que en él fue un juego y se constituyó en una novedad, por ejemplo, en la forma de construcción de frases o párrafos de Opio y sobre todo la manera de titular. Algo que aunque parezca descabellado puede compararse con lo que hicieron escritores como James Joyce o Julio Cortázar, que siempre estuvieron buscando cosas nuevas sin perder coherencia.

Él fue un punketo, pero en el mejor de los sentidos. Y que se me entienda bien, porque no me refiero al pobre muchacho bizarro que sale a la calle con el pelo parado sin saber por qué. Lo de Rafael, aunque se exteriorizaba un poco con su vestimenta, era algo interno. Él, para mí, siempre tuvo un espíritu anárquico y con una fuerte alma de intelectual probo. Si no hubiese tenido esa maldita enfermedad él hubiese sido un gran estudioso de Heidegger en Alemania, además de un gran escritor. Carlos B. Gutiérrez, el asesor de su tesis[4], con la que optó para el título de Filosofía y Letras, lo tenía casi listo para aplicar a una beca para irse a Alemania, pero fue un proceso que tuvo que pararse por sus dolencias físicas.

La tesis de Rafael, basada en Martin Heidegger, es otro tema bien importante que habría que tener en cuenta. Es crucial dar algunas referencias de ella porque allí también se encuentran muchas claves o consideraciones metafísicas, si se quiere, de lo que puede ser Opio en las nubes como un premeditado testamento literario. A través de ella se da uno cuenta de que está ante un escritor atormentado y esperando la muerte, pero no de manera resignada. Empecemos por el título de este trabajo que nos abre toda clase de posibilidades: Interpretaciones de los estados de ánimo como experiencias ontológicas con base en “Ser y Tiempo”. Y para no alargarnos mucho, mencionemos ciertas palabras clave que en ella aparecen y que individualmente pueden ser consideradas para todo un universo de ejercicios de raciocinio: angustia, miedo, muerte, nada, tiempo, ser, amor, finitud, paz, libertad y justicia. Creo que me hago entender.

El Dueño, El Verraco y El Hijueputica

Así podría resumirse un poco lo que fue La Prensa cuando estuvo Chaparro trabajando ahí. Podría verse como una dinámica de choque entre tres personas que no se llevaron bien pero que generó una sinergia que rindió provecho para esa publicación. En la periferia de los tres estuve yo conociéndolos bien y mirando su actitud.

Rafael se hizo notar desde Los Andes y comenzó a demostrar una tremenda capacidad para escribir, lo que coincidió con el deseo de los dos hermanitos Pastrana de hacer un periódico. Entonces nace La Prensa con Juan Carlos Pastrana como director (El Dueño), nombran a Fernando Garavito (El Verraco) como editor y a Rafael Chaparro como redactor cultural (El Hijueputica). Al poco tiempo de trabajo comienza a surgir una especie de gran tensión entre la actitud sardónica de Garavito y la irónica de Chaparro. Como Garavito, que al igual que yo, venía de algo que Juan Gustavo Cobo Borda denominó la Generación sin nombre, para evitarnos el calificativo de posnadaístas, tenía ciertos aires de superioridad. Como además venía de clase media baja y había luchado mucho para ganarse su lugar, no vio nunca con buenos ojos a los jóvenes como Rafael. Se podría decir que Garavito veía en Chaparro el reflejo de una clase pequeña burguesa de tenis que lo enervaba. Nunca se cayeron bien, pero tampoco nunca tuvieron problemas porque igual a Chaparro le importaba un bledo todo eso. Y aunque compartieron el mismo espacio nunca trabajaron juntos.

Yo fui columnista de La Prensa en ese tiempo y colaboré con textos sobre diversos temas para la página ocho, la de la sección Cultura. Para esa altura el periódico estaba ubicado en una casa en el Bosque Izquierdo que fue de los Cano de El Espectador en los años treinta y ahí vi que mientras en un extremo Fernando Garavito, con su camisa azul, corbata, calzonarias, actitud sardónica y de sobrado en el periodismo, estaba muerto de la rabia de Chaparro, en el fondo, en una mesita miserable, de tenis rotos y con un computador viejo estaba el sapito de Niza muriéndose de la risa de Garavito. En otro nivel estaba El Dueño, Juan Carlos Pastrana, tratando de sacar la empresa familiar adelante y muy ocupado para ponerles cuidado a esos dos. En la mitad de ellos estaba yo, conociéndolos bien y observando. Cuando no estaba al tanto de todo, me bastaba con mirar a Chaparro y hacerle una seña para que él con una igual, me hiciera entender cómo estaban los ánimos. Así siempre fue el nivel de comprensión y complicidad entre los dos, hasta que sin dejar de ser amigos, nos tocó dejar de vernos.

La Prensa es hoy un medio recordado por lo novedoso y diferente que fue, por sus secciones bien definidas, por su inclinación a los temas culturales, pero más que nada por lo genial de sus titulares. En ese esquema casó perfectamente Rafael, con sus crónicas urbanas y sus artículos sobre rock y cine, que siempre estuvieron excelentemente titulados. Nadie en ese medio titulaba tan bien y me aventuro a dar la hipótesis de que Juan Carlos Pastrana, el que hoy es el gran titulador, aprendió a hacer encabezados por el trabajo de Rafael Chaparro.

Y la cosa se tornó mejor después de que Opio en las nubes ganara el Premio Nacional de Novela, porque eso despertó una enorme ansiedad vital por Rafael y le abrió más puertas y le ayudó a hacerse un prestigio impensado como escritor con libertad para hablar de lo que fuera.

“A” de Arenas y de Amarilla

Mientras Rafael se ganaba su prestigio en La Prensa y antes en Consigna, hubo una mujer en su vida, una amiga que conoció en la universidad cuando estudiaba filosofía y letras y que le abrió las puertas para llegar más lejos. Se trata de Paula Arenas Canal, una persona que para los primeros años de la década de 1990, tuvo un poder grandísimo en el país y que pocos han logrado y otros envidiado, pues era prácticamente la dueña de Cinevisión, una programadora con libertad, prestigio, dinero, equipos y personal. Cuando eso no existían los canales privados y Cinevisión era la empresa que mejores programas producía e importaba.

Ella jugó un papel fundamental en la vida de Rafael, pues es quien finalmente le da oportunidad de entrar a trabajar en televisión empezando por Zoociedad. Para mí existe cierto enamoramiento de Chaparro por ella, algo que es obvio, pues Paula siempre ha sido una bella y encantadora mujer de ojos intensamente azules. Ese sentimiento se ve reflejado y vuelto ficción en Opio en las nubes donde, para mí, el personaje Amarilla es Paula Arenas. Es como una especie de agradecimiento. Pero aclaro que no lo digo de una manera tan rotunda, porque Amarilla es el reflejo de muchas mujeres. Pero de Paula tiene mucho[5].

Además él nunca pudo engañarme a mí, pues a leer su novela de una descubrí que su principal trama secreta era topográfica, pues yo en ésta veo la Bogotá de todos los días y no la alterada. Veo la misma Bogotá que él se recorrió de bar en bar, de cine en cine y de buseta en buseta y no la ciudad fantástica con ciertos visos nórdicos y londinenses que él creó para generarse un propio deleite. Ahí es donde está la trampita retórica en la que yo no caí y que hace que me guste más lo novela porque la siento más cercana. Para ser más claro, yo te puedo decir que el mar de la ciudad de la novela queda en el barrio Polo, que la frontera del puerto donde sucede parte de la trama es en el modesto puente peatonal de la 85 y que la 85 es la Avenida Blanchot.

En todo caso eso no le quita ningún mérito a la obra porque es poseedora de la prosa más nueva, más querida, más sustanciosa que pudo haber aparecido en la década de los noventa. Para mí es justo que se ganara el premio a pesar de que veo su trama demasiado elemental, y sobre todo muy apresurada porque al mismo tiempo que él la escribía se estaba despidiendo, lo que se resume en el poema de Pavese que reza: “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos / esta muerte que nos acompaña / desde el alba a la noche, insomne, / sorda, como un viejo remordimiento / o un absurdo defecto. Tus ojos / serán una palabra inútil, / un grito callado, un silencio. / Así los ves cada mañana / cuando sola te inclinas / ante el espejo. Oh, amada esperanza, / aquel día sabremos, también, / que eres la vida y eres la nada. // Para todos tiene la muerte una mirada. / Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. / Será como dejar un vicio, / como ver en el espejo / asomar un rostro muerto, / como escuchar un labio ya cerrado. / Mudos, descenderemos al abismo”.

Aquí cabe mencionar que un buen día Rafael se apareció en mi apartamento y me regaló un manuscrito, la versión corregida y final de la novela inédita que él dejó y que todavía conserva su familia, cuyo título es El Pájaro Speed y su banda de corazones maleantes. Un texto que me entregó, de seguro, con la intención de prolongarse después de la muerte. Lo triste del asunto es que esta novela inédita es para mí como un dolor de muela, pues sigue la misma línea de su predecesora y yo no poseo ningún derecho sobre ella, por tanto no puedo publicarla. Eso me atormenta bastante y es un deseo personal sacarla de la estantería donde la tengo así no tenga manera de saber cuál es la voluntad de Chaparro sobre esto.

El aliento de Marilyn

Si no estoy mal desde esa noche empezaron los vuelos de los peces negros sobre la ciudad. (…) De sus bocas salían lenguas de fuego que preñaban las nubes con su veneno. Esa noche de sábado la ciudad empezó a oler a cebolla, a sangre caliente. A caucho quemado. Olía a odio, a desesperación.

Rafael Chaparro Madiedo

Opio en las nubes

Existe una especie de leyenda. No sé de dónde salió y yo mismo la he empezado a creer puesto que no la he desmentido. Ésta se refiere a que yo intervine para que Opio en las nubes se llamara así y no El aliento de Marilyn, como Chaparro la pensó titular inicialmente. Hay quienes dicen que él vino aquí, me mostró el manuscrito y su título tentativo y que yo le ayudé a configurar el definitivo.

Hay que decir con seguridad que ambos admirábamos mucho a Marilyn Monroe, pero no a la chica dulce que aparecía en las películas o en la portada de la Play Boy u otras revistas, sino la Marilyn metida en problemas políticos con los Kennedy y con la conspiración anticubana. O sea la Marilyn de verdad, la estremecida con la puta realidad gringa. Ahí también entra el poema de Ernesto Cardenal, Oración por Marilyn Monroe, que además es sumamente importante porque prácticamente es la apertura de los nadaístas a la poesía.

Tal vez por ese amor se comienza a jugar con el nombre de Marilyn para un eventual título de la novela. En algún momento, en el lapso de tiempo durante el cual Rafael escribió la novela, Bush padre viene a Cartagena y cuando se bajó del avión se quedó mirando al cielo como en una especie de acción paranoica. Desde el punto de vista literario hay gestos que inauguran eras, y éste puede considerarse como el de la inauguración de la supervigilancia que se vino sobre América Latina, especialmente sobre Colombia y la que al poco tiempo devino en hechos como las fumigaciones, el avión fantasma, el Plan Colombia, la certificación y la cancelación de la visa de Ernesto Samper, entre otros.

Como elemento escabroso y parte de un pequeño paréntesis, diré que nosotros competimos por el premio de Colcultura y él se lo ganó[6]. Mira si eso a mí todavía me encabrona. En este concurso presenté la novela Este último paseo, la cual pude publicar luego con Arango Editores y el apoyo de la Universidad de los Andes. En ese concurso también participó gente de la talla de Rafael Humberto Moreno Durán, quien después de conocer la obra ganadora me dijo que no entendía cómo era que había ganado esa ‘güevonada’[7].

Ese fallo fue bastante cuestionado porque siempre ha existido el rumor de que había ciertos intereses de que el premio lo ganara alguien nuevo y que por eso las personas que abrieron los sobres que llegaron al concurso, desplazaron hacia rincones oscuros obras que ameritaban ese reconocimiento. Así pasa en todos los concursos de literatura, donde no todos quedan satisfechos con los veredictos de los jueces y obras iguales o mejores son enterradas. En todo caso Opio en las nubes ha sabido defenderse por sí sola de las críticas que se le hacen y, buena o mala novela, ya tiene un lugar inamovible en nuestras letras. Y eso no lo discute nadie. Cierra paréntesis.

En la página diecisiete de Ese último paseo hablo de que hubo un bombardeo a las nubes con una solución de plata y cromo. Es una referencia sobre una acción desesperada que adoptaron las autoridades bogotanas, cuando aceptaron los servicios de una firma norteamericana que por medio de unas avionetas bombardearon las nubes de la ciudad buscando que lloviera para acabar con una sequía terrible. Eso fue antes del apagón de Gaviria y también podría tener algo que ver con la historia de Opio en las nubes.

Mi recuerdo es muy débil, pero yo quiero inventarme que estas dos cosas fueron determinantes en la selección del título: lo de Bush y lo de los bombardeos. Dos cosas que se situaron en contraposición al otro título porque ya para la época se había escrito demasiado sobre Marilyn Monroe y ya no era algo novedoso, más que quemado. Aunque si usted va a la novela ese supuesto título no se descartó y está en el interior como el encabezado de uno de sus capítulos y para acabar de ajustar es en el que se narra cómo Sven, el protagonista, y una de las voces principales, conoce a Amarilla.

Por lo menos vi la película

Rafael y yo empezamos a distanciarnos por problemas con nuestras mujeres de turno. Él tuvo problemas con su novia por cuestiones de creatividad y yo con María Teresa Salcedo, quien en ese momento era mi esposa, por el hecho de que ella desarrolló una especie de repulsión por Rafael. Todo empezó una vez cuando él le pidió prestada su tesis de grado y por algún absurdo descuido le extravió una hoja. Eso la enervó muchísimo y aunque Chaparro se disculpó nunca lo volvió a ver con buenos ojos. Yo traté de mediar entre los dos, pero ella no pudo soportar eso y además le agregó al disgusto que él siempre la había mirado “raro”. Yo le pregunté que como así que “raro” y ella me decía que sí, que raro, que no le gustaba como él la miraba.

Es resabido que toda pelea con una mujer es batalla perdida y no me quedó más remedio que ceder ante su disgusto, cosa que Rafael entendió perfectamente y nunca me recriminó. Entre los hombres ese tipo de cosas se sobrellevan muy bien y además nunca hubo un acuerdo tácito entre los dos que nos instara a dejar de vernos sin perder la amistad. Simplemente y a raíz de estos hechos, de un momento a otro, nos distanciamos y punto.

Y mira cómo es la vida. El día que me avisaron de lo de su muerte estaba con la misma mujer, ya para la fecha nos estábamos divorciando, y ella me invitó a ver Picos Gemelos, de David Linch, en el Colombo Americano. Cuando se terminó la película y encendieron las luces de la sala, alguien que no recuerdo se voltea y me pregunta: ¿Sabe que murió Rafael Chaparro? Para mí este suceso tiene altas dosis de patafísica y no sé por qué mi mente borró quién fue esa persona, aunque en todo caso mi memoria no quiere recordarla.


[1] Manuel Hernández es profesor en la Universidad de los Andes y en la Javeriana. Es poeta y escritor. Ahora se dedica a la pintura y en varias oportunidades ha ejercido como columnista en publicaciones como La Prensa y El Espectador. Además, fue amigo y profesor de Rafael Chaparro Madiedo.

[2] En la entrevista “Soy de Coca-Cola, aspirina y neón”, de Ana María Escallón, publicada el 20 de junio de 1993 en el suplemento de El Tiempo, Lecturas Dominicales, las preguntas de Escallón ayudan a comprender un poco del universo que Rafael Chaparro quiso crear en Opio en las nubes. Frente al tema de la innovación del lenguaje respondió lo siguiente: “Mi intención es experimentar y por eso sigo la idea de Cortázar donde el lenguaje es el módulo para armar. Ahora, sí cuidé el lenguaje, pero también quiero que exista la posibilidad de otra construcción de la frase. Por eso hay un lenguaje interior donde todo está permitido. (…) Sabía que me interesaba la ruptura y a medida que experimentaba con el lenguaje, lo hacía conmigo mismo. Es un leguaje de sudor y en ese sentido no es técnico ni erudito”.

[3] Chaparro Madiedo, Rafael. Interpretaciones de los estados de ánimo como experiencias ontológicas con base en “Ser y Tiempo”. Bogotá: Universidad de los Andes. Tesis de grado, 1987. p. 57.

[4] En La Prensa Rafael Chaparro escribió muchos perfiles y crónicas sobre gente por la que sentía alguna admiración, como profesores y amigos o estrellas del rock. Sobre Carlos B. Gutiérrez, a propósito de la entrega de la Medalla Goethe que le hizo el gobierno alemán, publicó la crónica “Huellas del sendero” el jueves 16 marzo de 1989, en la página 8.

[5] En la entrevista ya citada de Ana María Escallón, frente al tema de Amarilla Chaparro respondió lo siguiente: “Amarilla son muchas mujeres. Ella tiene la expresión de la cara y el olor de Jody Foster. Tiene las piernas de Raquel Welch y las actitudes de Madonna”.

[6] Rafael Chaparro participó en el Premio Nacional de Novela bajo el seudónimo de Virus Cocker y Manuel Hernández con el de Hermenegildo Centella. En el acta No. 2125 de Colcultura (documento público que se puede consultar en el archivo del Ministerio de Cultura) aparece lo siguiente: “El jurado compuesto por los tres escritores Héctor Rojas Herazo, de Colombia, Salvador Garmendia, de Venezuela, y José Viñals, de Argentina, resolvieron por unanimidad declarar ganadora del premio a la novela titulada Opio en las nubes, firmada bajo el seudónimo de Virus Cocker, resultó ser Rafael Chaparro Madiedo.

Opio en las nubes trata el sueño como esperanza, la tribulación como esencia del puro existir. El verdadero personaje de esta meditación es el absurdo. Los seres se confunden con la objetividad que los circunda y todo concluye en una salvadora aunque ilusoria destrucción”.

[7] En la misma acta se inscribe la siguiente nota: “No previsto a las bases del concurso, el jurado declara, también por unanimidad, como acreedora de una distinción especial, y recomienda su publicación a la obra Asuntos de un hidalgo disoluto”. Esta es la novela con la que participó Héctor Abad Faciolince bajo el seudónimo de Malakim.