Rafael Chaparro Madiedo.
“Estoy en la mitad de Zambia”.
Ana María Escallón[1] fue su jefe
Es una verdadera lástima que pocas personas hayan indagado sobre un filósofo de tenis que terminó siendo periodista sin quererlo y que escribía en su computador como componiendo canciones de rock. Y esa es una forma, mi forma, de ver a Rafael Chaparro Madiedo, un tipo que en
El periodismo, con excepciones, ha sido muy uniforme a la hora de contar las cosas y de abordarlas por el lado más obvio. Incluso en los últimos tiempos los que practican el oficio del día a día, se han casado con lugares comunes y conectores como el dijo o el afirmó. Con Rafael la cosa fue diferente y pocos conocieron o recuerdan su trabajo fuera de Opio en las nubes. Resulta que este Premio Nacional de Novela también fue algo parecido a un periodista y pudo dejar una amplia obra de crónicas y textos como reseñas y artículos de opinión que aunque no se nutrieron de las bases fundamentales del periodismo, ni de absurdas teorías como la pirámide invertida, terminaron por ser grandes textos no necesariamente parecidos a la novela. Lástima que no trascendieran por lo de su muerte temprana. Pero no todo está perdido, puesto que todavía se encuentran muchos de esos textos en los archivos de las bibliotecas esperando a ser redescubiertos.
El periódico: Cra 4 No. 25B-12.
Para mí fue un privilegio trabajar como editora cultural en este periódico, sobre todo porque yo estuve encargada de una verdadera sección cultural. Si algo hay que decir de
Además de eso
No sólo por eso
El periódico nunca fue muy sólido en publicidad, pero contó con pautas que lo mantuvieron a flote. Lo que pasa es que a la hora de diagramar cada número tuvimos muchos problemas porque la publicidad nos agredía directamente los diseños de Zalamea y sacrificamos muchos ingresos por eso. Al final verdades del periódico empezaron a generar malestar entre algunos sectores políticos y económicos, por lo que las pautas de siempre se fueron y dejaron al periódico a la deriva y con altos problemas financieros que obligaron a una irreversible quiebra. Fue algo parecido a lo que años después le pasó a El Espectador.
Vivir en Domingo
Entre semana hasta el sábado, la sección que se encargaba de todo lo relacionado con el cine, la televisión, la literatura, el arte, la música y demás temas fue “Vivir”. Los domingos la información proveniente del sector cultural ocupaba casi todo el periódico con obligadas variaciones dependiendo de los acontecimientos. Eso se llamó
Un par de semanas antes de que todo empezara me tocó escoger a mis colaboradores, gente nueva, para que nos apoyara en el periódico del fin de semana. A ese proceso de selección llegó un filósofo de tenis, pelo desaliñado, gafas medio chuecas y cigarrillo en la boca. Yo no sé por qué, pero por pura intuición y sin meditarlo mucho, decidí escogerlo a él porque me pareció alguien muy inteligente y además venía escribiendo columnas de opinión en una revista que ya tampoco existe. Ese filósofo era Chaparro y al poco tiempo me demostró que sin haber estudiado periodismo, era más capaz que el periodista mismo porque como todo filósofo fue educado para razonar y para observar la realidad de una manera más sensible. Eso mismo es lo que uno les pide a los periodistas, pero éstos no responden de la misma manera porque su formación es de algún modo más superficial. Fue lo mismo que yo le pedí a mi equipo y no voy a decir que Chaparro lo hizo mejor o peor que el resto, simplemente lo hizo a otro nivel.
Eso sí, tú a él no lo podías poner a cubrir economía o política porque le disgustaba mucho. Y como yo siempre he creído en la onda de que el periodista se debe especializar en una sola corriente y además porque me parece terrible hacer lo que a uno no le gusta, les di vía libre a todos los que trabajaron conmigo para que hicieran lo que más les llamara la atención. En
En el tema rock
La sede principal, donde quedaba la redacción, estuvo en una casa grande de dos pisos en el Bosque Izquierdo, por la carrera cuarta con 25B. En esa casa trabajaban los de la semana y los de fin de semana lo hicimos, en un principio, en un apartamento de un conocido de mi padre en las Torres del Parque. Luego todos nos fuimos para esa famosa casa blanca. Mientras hicimos “Domingo” todo fue más simple porque tuvimos más tiempo para la redacción de los artículos. Los definíamos los lunes, los martes y miércoles los trabajábamos, los jueves les hacíamos todos los retoques del caso y los viernes los entregábamos poco antes del cierre de las ediciones de fin de semana. Muchas veces ese cierre se hizo al filo de la madrugada.
Chaparro trabajó en el periódico hasta marzo de 1991[3]. Él se fue a trabajar en televisión, pero hasta el fin de sus días siguió como colaborador escribiendo cada ocho o quince días columnas de opinión, primero entre semana en la página ocho y luego en la 26 o 27 de los domingos[4]. A veces le tocó hacer cosas que no le gustaron y por eso dejó sin firmar muchos artículos. Hubo otros que sí los firmó, pero para buscar enfados en Fernando Garavito, su único enemigo en el diario.
‘Chaparrock’, directo a la yugular
El director no hace nada sin consultarle primero a Mick Jagger. ¿Mick qué tal te parece unas cinco preguntas a Ivonne Nicholls? Espantoso, responde Mick al otro lado de la línea. Oye, déjame tranquilo que estoy aquí en las Islas Vírgenes con mi rubia salvaje fumándome el único cayo virgen que ha quedado. Eso de venir después de los locos de Metallica es una vaina. El director se acomoda las gafas y piensa que Mick tiene razón. Qué jartera Ivonne Bolívar, perdón Ivonne Nicholls. (…) ¿Otro titiritero? EL próximo titiritero que cruce esa puerta lo mandamos a una cabeza de lista. (…) Ya sé. Mandemos al titiritero a El Tiempo para que le hagan un especial de ocho páginas sobre el marginamiento socioeconómico de la cultura en el país, dadas condiciones poco favorables, firmado por José Hernández. Listo, tome dele para el taxi. Otra tarde ‘heavy’.
Rafael Chaparro Madiedo.
“La otra casa tomada”.
A Rafael casi nunca lo llamamos así. Él siempre respondió por ‘Chaparro’, ‘Rafa’, ‘Chaparrock’ y ‘Pacharro’. Este último porque él siempre fue poseedor de un humor inigualable. Pero no el humor del tipo gracioso que lanza chistes todo el tiempo, sino el del tipo callado que es definitivo en una situación graciosa cuando a lo último hace el comentario más ácido de todos. Mucho de esa condición quedó en sus artículos y en el ambiente que se vivió en
Todo con Chaparro fue directo a la yugular: sus opiniones, sus críticas, sus títulos, sus crónicas, su enfado con las injusticias del país. Cada vez que a Juan Carlos Pastrana, el director, se le ocurrió algo que nos lo enmarcó como genial, Chaparro hizo exactamente lo contrario o algo diferente. Pastrana me decía en ese entonces: “¿Qué te parece, Ana María, si cubrimos el conflicto judíopalestino desde todo lo que han sufrido los israelitas?”. Entonces Chaparro se iba a hablar con los palestinos y volvía con un resultado genial que yo publicaba así supiera de antemano que al otro día me iban a regañar. Pero cómo no publicar textos tan buenos.
Esa escena se repitió con frecuencia en el periódico. Muchas veces Juan Carlos Pastrana me sugirió cosas como: “¿Qué te parece, Ana María, si hablamos del Golfo Pérsico y de Hussein?”. Entonces yo le delegaba eso a Chaparro y él me venía con un artículo de humor erótico de lo más bueno. Pero hay un artículo que recuerdo especialmente y Chaparro lo escribió cuando a Pastrana se le ocurrió hacer algo relacionado con los supermercados y el porqué de la disposición y la presentación de los productos que en éstos venden. Como siempre, mandé a Chaparro a hacer una crónica y él volvió todo irreverente con una historia en donde, por ejemplo, las uvas y las naranjas pensaban y el pasillo de los insecticidas se llamaba ‘Zona paramilitar para cucarachas’. Una historia buenísima y muy graciosa y que yo la publiqué. El regaño de Pastrana fue monumental, pero al cabo del tiempo todos nos dimos cuenta de que esos textos estaban teniendo un éxito entre los lectores y le dimos mucha más libertad a Chaparro[5]. Además estaban provistos de excelentes titulares, porque titular fue otro de sus talentos del que
El episodio García Márquez
Alguna vez a las instalaciones de
Ese curso, de un par de meses, puedo apostar que fue la experiencia más desastrosa de la vida de Chaparro. Le fue muy mal y volvió hablando pestes del escritor porque le pareció muy mala persona. Además se decepcionó mucho del ego de García Márquez y de su antipatía por todo estudiante que no fuera una mujer bonita, pues según él García Márquez llegaba, hablaba dos o tres cosas, les coqueteaba a dos tres alumnas y se iba sin atender ninguna duda ni nada. El pobre Chaparro se fue feliz y con muchas expectativas a estudiar a Cuba y regresó vuelto un ocho y muy enfermo porque le tocó comer cosas que le hicieron daño a su salud delicada.
“Soy de Cocacola, aspirina y neón”
Chaparro fue uno de esos personajes a los que no les gusta llamar la atención. Él no lo hizo porque sí, simplemente fue un retraído natural que muchas veces fue visto como antipático. Aunque hay muchas cosas que se me han olvidado por el paso del tiempo, conservo algo que no ha perdido nitidez y es que siempre fue un tipo que llevó una carga constante, no física. Algo así como una dolencia en el alma cercana a la angustia, como una insatisfacción que entonces no pude definir y ahora mucho menos. Era como una especie de ansiedad que siempre llamó mi atención y que se vio a veces en sus ojos tristes, en su silencio y sobre todo en su escritura. Era algo extraño que no se debió a su enfermedad, de la cual siempre se burló mucho y no le dio importancia, y que lo hizo ser alguien muy especial y poseedor del atormentado talento de un buen escritor. Hablo de un no sé qué que intenté reducir a la expresión “inquietud incómoda”, pero no lo logré. La memoria le pone a uno zancadillas todo el tiempo y hasta que uno se cae y del totazo se le borran a uno muchos recuerdos de la mente. Pero para redondear este relato que en algún momento se tiene que acabar, además porque no me cansaría pronto de hablar de Chaparro, pienso que es necesario citar la introducción que escribí para una entrevista que yo le hice en El Tiempo, después de que nos sorprendió a todos cuando se ganó el Premio Nacional de Novela. En esta entrevista, titulada “Soy de cocacola, aspirina y neón” [6], hay muchas claves expuestas por él mismo sobre sí y sobre su novela, pero es en el inicio donde yo intento dar una mejor definición de él como personaje:
Rafael Chaparro es filósofo de computadora, cocacola, blue jean y camiseta que siempre ha tenido ganas de escribir con un rápido impulso irreverente. Es, indudablemente, su manera de expresar su inquietud incómoda con el mundo en el que le tocó vivir. Rimbaud es su guía; a través de su lectura se le quebró el ritmo interno de la vida espiritual y ante esa agobiante inquietud se le dispararon todas las nostalgias de una vida sin recorrer. Siempre camina lento y encorvado, como si llevara encima el gesto irremediable de la derrota, pero por el contrario, es un hombre con suerte. Donde se sienta, se escurre. (…) Es un apático que se sorprende porque pertenece a una generación sin utopías y, además, se ríe de ellas, que es el reflejo de profundo descreimiento por lo que le rodea. Simpatiza rápido a pesar de que es un tímido múltiple. El rock es su pasión; el humor, su salida a cualquier circunstancia. Su imaginación galopante siempre tiene ideas tan descabelladas que parece que soñara despierto. Fuma siempre como pare de un continuo aburrimiento…
[1] Ana María Escallón ha sido periodista, columnista y crítica de arte. Su especialidad es la obra de Fernando Botero y ha publicado varios libros sobre el artista colombiano.
[2] “
[3] En ese marzo en dos “Tópicos de
[4] El último artículo de Rafael Chaparro en
[5] Los artículos a los que Ana María Escallón se refiere son los siguientes: El que se trata sobre Hussein se titula “Hussein llega a Al Cuccah, publicado en
[6] Ana María Escallón escribió dicha entrevista para el suplemento Lecturas Dominicales. Fue publicada el 20 de julio de 1993.
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