Llegar de noche a un país desconocido es como entrar a dormir bajo sábanas extrañas. Por eso hay que esperar a que despunte el sol para ver con quién se está durmiendo.
Rafael Chaparro Madiedo.
“Crónica marxiana”.
Yo fui la primera persona en arribar a
La noche en que él terminó de escribir la novela fue muy especial. Cuando digitó la última palabra y el punto final, se paró emocionado y me dijo que Truman Capote le había sugerido la estructura y que ahora se sentía a gusto con lo que había escrito. Eso fue mucho después de la medianoche, salimos a comprar licor y cigarrillos para celebrar y nos tocó conformarnos con una botella de vino barato y un par de sándwiches, pues ya todo estaba cerrado. En todo caso la pasamos bien porque en el aire de la madrugada se respiraba un vaho muy especial, agudizado por un fuerte pálpito en el fondo de mi ser y que me decía que ese texto iba a tener mucho éxito. No sé cómo explicarlo mejor.
Rafael empezó a escribir Opio en las nubes en mayo de 1991 y la culminó en septiembre de ese año, luego de dos intentos fallidos y un tercero definitivo. En el primero, a la altura de la página setenta, se dio cuenta de que el asunto no iba por buen camino y la borró del computador. En el segundo intento ocurrió lo mismo, pero más rápido. En el tercero venció sus obstáculos de escritor y la terminó. Le voy a leer lo que él dijo en una entrevista que le hizo Mauricio Silva para
Yo digo que siento la novela como de los dos porque en esos meses lo vi escribirla todas las noches en el apartamento donde vivimos juntos, en la calle 85 con 19, en Bogotá. Fue algo muy chévere, pues yo siempre me recostaba en un sofá de la sala detrás de él, en este mismo sofá desde el que hoy le cuento todo esto, para verlo escribir mientras trataba de asimilar la idea de que estaba casada con un escritor como él. No lo podía creer.
En el tiempo en que él trabajó en la novela su rutina de escritor fue muy disciplinada. Rafael siempre fue un tipo comprometido con su literatura, tanto, que a veces llegué a sentir celos cuando no me paraba bolas por estar escribiendo. También digo que Opio en las nubes es de los dos, porque si usted mira está dedicada a mi hija Laura y a mí, Ava Echeverri. Eso también muestra que Rafael me quiso mucho, igual que yo a él, y que también quiso mucho a mi hija, que en ese entonces era una niña de unos cuatro años.
Digo lo que digo, aunque suene osado, porque además él siempre me consultaba cosas, o me leía fragmentos para ver qué opinaba, y yo, inmersa en idealizarlo, no les paraba muchas bolas a los textos, cosa de la cual hoy me arrepiento mucho. Y mi papel también fue un poco el de correctora, porque Rafael escribió siempre de una manera muy automática, influenciado por la generación beat y a veces se le pasaban cosas ortográficas que yo le hacía ver para que cambiara.
Ava tiene mucho que contar
Cuando hicieron la ceremonia de entrega de los Premios de Cultura de 1992 en
En un principio todo fue muy bello. Al cabo de un tiempo empezamos a pelear mucho y él decidió irse de un momento a otro, vino por sus cosas y nos separamos. Igual es uno de los tantos capítulos de mi vida, algo que ya superé y listo. Desde eso lo vi un par de veces en la calle. La última vez fue unos meses antes de su muerte, en la esquina de la cuadra donde vivimos y donde queda todavía el restaurante American Burguer. Allí estaba comiendo con su novia y yo con mi hija Laura. Nos saludamos y esa fue una despedida sin saberlo.
A Rafa o ‘Mi Mushasho’, como yo le decía, lo conocí en 1989 luego de llegar de Nueva York. En ese entonces le dije a mi hermano, Gustavo Echeverri, que quería que me publicaran un artículo de cine en el periódico
En un principio me pareció flaco, desgarbado, con pelo largo y desaliñado. Lo que más me llamó la atención era que escondía mucho las manos en los bolsillos de los jeans o en las mangas de las camisas y de las chaquetas cuando fumaba. Era muy gracioso porque a veces se complicaba mucho para fumar. Mejor dicho, fumaba muy extraño. Luego de un tiempo me di cuenta de que era por su enfermedad, la cual le afectaba especialmente los riñones y hacía que sus manos fueran resecas y a veces se les cayera un poco la piel. Él siempre fue como una fotografía de sí mismo: gafas, camisa a cuadros, chaqueta de jean, tenis o botas de gamuza y jeans rotos. Era típico y yo siempre me lo gocé por eso. Muchas veces le dije que comprara camisas a rayas para que variara un poco, pero él aunque nunca fue gruñón siempre tuvo la terquedad que caracteriza a los santandereanos, pues sus padres venían de esa región. Quiso mucho su familia, adoraba sobre todo a doña Aminta Madiedo, su madre y cómplice, y a su hermana menor. No le gustaba mucho la disciplina de su papá ni ser el hijo mayor, el que tenía que dar buen ejemplo a sus otros hermanos.
La gente supo después lo de nuestro matrimonio, cuando les enviamos la noticia en una foto que nos habíamos tomado los dos en
Es más, algunos hasta piensan que él se suicidó o que murió de sobredosis. Se han tejido mitos de este tipo alrededor de Rafael que hacen que Opio en las nubes siga como libro de culto, sobre todo entre los jóvenes. Yo sé que la novela se defiende sola ante sus lectores, por su estilo tan particular, pero mitos como los mencionados han ayudado.
Pocos saben sobre su enfermedad, algo que no puede pasar desapercibido para comprender un poco lo que fue Rafa y lo desgarrado de su novela. Si por un lado estaban el cine, el rock y la literatura, por el otro la cortisona, que a diario tenía que tomar junto con otros medicamentos. Era una cantidad abrumadora de pastas. Su condición es un tema muy delicado y difícil de contar. Él tuvo la muerte rondándolo todo el tiempo, pero no se preocupaba mucho. Yo lo cuidé en todo momento y conmigo tuvo una crisis que casi lo mata. Siempre le mantenía su tratamiento dentro de una refractaria amarilla que todavía conservo y que ponía encima de la nevera. Nunca, y es bien extraño pensar en eso, lo vi tomándose una sola pasta. No sé a qué horas lo hacía y no sé por qué se ocultaba para ello. Lo que sí sé y lo digo ya, es que quizá por tener la muerte respirándole en el cuello, todo el tiempo, escribió lo que escribió y de manera genial.
Es que yo conocí mucho de él que es un misterio para los ajenos. Nada más los que tuvimos una relación muy estrecha con Rafael, además de su familia, podemos decir eso. Igual nadie ha indagado sobre su vida. Lo que todo el mundo sabe es que era muy callado y tímido, que fumaba un resto, de todas las marcas, pero le fascinaba el sabor del Pielroja, del Lucky y del Marlboro. Además, el tiempo que vivimos juntos no puede decirse que fue efímero como el humo del cigarrillo, no fue tan poco como para no haberme permitido conocer mucho de él. Resalto de nuevo que era un tipo comprometido con su cuento, un escritor de todo el tiempo y que trató de exorcizar el demonio de la muerte con ese oficio. En este apartamento todavía existen muchas cosas de entonces que lo demuestran, hay libros que él mantenía siempre a su lado, anotaciones de ideas para sus textos hechas en libretas y otras cosas más. Los únicos que ya no están aquí son sus cuadros. Tampoco está el computador donde nació la novela. Ese quién sabe dónde estará. En su lugar puse una mesa que diseñó mi hija Laura.
Hay tantas cosas que quisiera decirle y estoy haciendo un esfuerzo por ser ordenada. Se me vienen muchas imágenes a la mente de manera repentina y espero que me esté haciendo entender. Volviendo a lo de su enfermedad, él fue un poco de malas, puesto que el lupus se le ensañó con sus riñones y a veces su cara se le hinchaba, por lo que en
Ahora mismo pienso en otro mito. De él también se decía que era ateo, pero eso no es cierto. Por su mamá fue devoto de
La conclusión
Estuve muy enamorada de él. Rafa siempre quiso tener un hijo y yo quedé embarazada, pero más o menos al tercer mes tuve unas complicaciones y lo perdí. De eso no quiero hablar. Ya para finalizar le diré que compartimos muchas cosas, como su eterno Renault 4, un cacharro que adoraba, y el amor por la literatura. Recuerdo que nos gustaba muchísimo Truman Capote, a él especialmente Kafka, Baudelaire y Rimbaud. También le gustaba leer todo lo que salía sobre rock and roll y se moría por los Rolling Stones, Los Beatles, John Lennon, The Doors, Bob Marly y U2. Yo lo secundé en eso. Su obra está plagada de rock and roll y de cine, por lo que no es extraño encontrarse títulos de sus artículos que jueguen con nombres de canciones o de películas. Me acuerdo de uno que es “UPAC is on my side” y que conservo con aprecio junto a otros recortes de periódicos con sus artículos. Poco después de su muerte dejé de leer literatura. Ahora estoy leyendo
Cuando se murió
A mí me contó de su muerte la esposa de Eduardo Arias. A la funeraria llegué muy temprano. Yo estaba como abstraída y todavía no aterrizaba y me quedé fría cuando lo vi llegar. Ahí, parada junto al ataúd, se me vino a la cabeza que mientras estuvimos casados yo nunca tuve una argolla de matrimonio, nunca me hizo falta, nunca lo noté y no sé por qué lo pensé en ese momento. Después del entierro he ido dos o tres veces a la tumba, no más. Recuerdo cómo lo enterraron. Tenía una camisa a cuadros que le gustaba mucho. Era de colores, estilo leñadora, como las que siempre usó. En las manos tenía una cruz que le pusieron las hermanas. Verlo así me impactó demasiado, pero como ya dije, no lloré y su muerte me dio muy duro porque yo siempre le auguré un éxito en la literatura. Siempre, hasta ese momento, pensé que él iba a ser alguien muy grande en la vida, y de algún modo, sólo con una novela lo consiguió.
[1] Con motivo de la muerte de Rafael Chaparro, el diario
[2] De ese viaje Chaparro escribió varias crónicas para
[3] La nota a la cual Ava Echeverri se refiere fue publicada en ese periódico, junto a la fotografía, en marzo 23 de 1991, página 20, sección Vivir, y dice así: “Esto no pretende ser una nota social. Solamente queríamos registrar la aparición en Zoociedad de Ava Gardner Echeverri y Rafael Chaparro Cabeto. Los textos que circulan anunciando el matrimonio se refieren a un matrimonio postmodernista; es en técnica mixta, con ladrillo y ventanas. Con bostezo incorporado y locha. Antetítulo, título y entradilla. Con las fuerzas morales de la nación. Con contacto en
[4] El texto al que Ava se refiere es este: “Rafael Chaparro Madiedo. Bogotá, diciembre de 1963. Estudió Filosofía y Letras en
[5] La poesía también fue uno de los intereses de Rafael Chaparro y en 1986 obtuvo una mención especial al participar en el Tercer Concurso Universitario de Poesía del ICFES, con la obra titulada La hora de la fatiga que se compone de dos poemas: “Lunas” y “La torre de nieve”. “Lunas / No me mires / cuando la luna se estremezca / en mil temblores fulgurosos // No me hables / cuando comparta mi pan / con los habitantes de
[6] Aunque en la obra de Chaparro no se evidencia mucho sobre sus inclinaciones religiosas o espirituales, sí hay varios artículos en
5 comentarios:
viejo gracias por esta publicación, me tenés a lágrima viva y corazón arrugado...un abrazo.
Gracias a vos por el comentario.
EXCELENTE
Muy bueno, gracias.
Encontrar algo de la vida íntima de Rafael, fue todo un dilema.
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